martes, 24 de diciembre de 2013

Fechas Señaladas



Fechas señaladas, 
sí,  
por el dedo de la náusea. 
Tradición 
en paños menores 
untada de grasa 
con un pincel 
de cerdas falsas; 
Esa grasa 
que rezuma 
rebosando
fuentes altas 
es la que sobra 
sobre mi mesa 
mientras en otras 
se echa en falta. 

Y celebramos, 
por inercia, 
por indiferencia, 
mirando hacia delante 
con las bridas puestas 
la soga al cuello 
y la razón distante. 
Es imperativo 
ser felices, 
pues la envidia 
de no serlo 
y ver las sonrisas 
de gominola y fieltro 
que van cosidas 
a las conciencias del resto 
nos convierte 
en poco menos 
que parias sociales, 
enemigos de lo nuestro. 

Luces que brillan, 
hordas por las calles. 
El frío no apaga 
los deseos clandestinos 
de que todo acabe 
cuanto antes 
pues la mentira 
es tan grande 
que si durase 
una semana más 
habría que pensar 
en suicidarse. 

Precioso, 
entrañable. 
Son los mejores deseos 
expectativas mortales 
y se brinda 
por la humanidad 
aunque las personas 
se desangren. 
Todo marcha 
sobre ruedas, 
en el horno 
cuecen aves. 
Época de dar las gracias 
de no creernos culpables. 
Y casi cuela, 
casi caemos en trance,
excepto por un detalle: 
nos sudan las manos, 
nos aprieta el traje 
porque en el fondo ésto 
no se lo puede creer nadie. 


lunes, 25 de noviembre de 2013

Re-Unión



Café y confusión 
con tostadas 
para el desayuno: 
fue la noche extraña.
Adormecida el alma, 
sin sueño, 
vibrando en calma. 
La distraigo: 
limpieza de polvo, 
cambio de sábanas, 
salir de compras, 
vaciar el alma. 

Al llegar a casa 
saludan las plantas. 
Ni un ruido dentro, 
hablan solas las ventanas. 
Me siento un momento, 
tomo un poco de distancia 
del cansancio que llevo dentro, 
de la electricidad de las entrañas. 

Bajo el microscopio,
una gota
de mi sangre alterada. 
Hay movimiento, 
plaquetas dinámicas.
Glóbulos rojos distraídos,
blancos en huelga encubierta. 
Neuronas discutiendo 
sin cederse la palabra. 
Un debate inútil 
entre ideas fértiles
y emociones áridas. 

Con aguja e hilo negro 
me inoculo en el torrente 
una ración de pausa, 
una dosis de ya basta. 
Me desmayo un momento, 
las cuencas se quedan blancas.

Recupero el conocimiento, 
estoy sentado en la sala. 
Hay un tipo vestido 
con mi camiseta gris, 
con mis gafas de pasta. 
Sentado enfrente de mí, 
apuntándome su mirada.

Es idéntico a mi, 
excepto por la piel clara. 
Es mi lado sobrio
que acude, 
raudo, 
a mi propia llamada. 

La reunión prevista 
es mirarme a la cara. 
Es decirme con palabras 
lo que siento, 
cómo estoy, 
por qué ruge la mente, 
por qué hay en mi barba, 
de repente,  
tantas blancas canas. 

Es asumir 
que no hay verdades claras. 
No tengo la razón, 
pero tampoco 
está mi mente 
del todo equivocada. 



sábado, 26 de octubre de 2013

Si Después De



Si después de subir
a lo alto de la colina
cambiaste la perspectiva
para disfrutar de la vista
y tras la inevitable caída,
siempre sin querer,
te encerraste
en la comodidad
pues la bajada
te dio vértigo
por no saber qué hacer,
entonces hay vida
en ese cuerpo 
en el que dibuja arrugas 
un artista llamado tiempo.

Si después de ver
la oscuridad que se cierne
sobre los mortales
y que desaparece
antes del amanecer
tienes curiosidad
por ir más allá
y estás dispuesto
a arriesgar
lo que tienes
por saber más,
entonces eres persona, 
hay curiosidad 
recién nacida 
en tu espíritu,
en tus sueños, 
en tu identidad. 

Si después de golpearte 
con la suficiente intensidad, 
hacerte daño, 
ver tu sangre
manchar el suelo,
las paredes
y el cielo,
rompes tus convicciones
con la sinceridad
del que no tiene,
de verdad,
nada que perder
y las construyes de nuevo,
entonces hay en tu interior 
un profeta 
vestido de humildad 
luchando por salir 
de la oscuridad.

Pero si después
de viajar al infierno
te quedaste
con ganas de firmar 
el libro de visitas,
hacerte fotos con el diablo, 
disfrutar de los fuegos
y bañarte en lava ardiendo
porque has perdido
el miedo al sufrimiento,
entonces de tu dios
eres tú el templo.

jueves, 16 de mayo de 2013

Alma y Vino




Noche oscura. 
De nubes grises 
estaba el cielo vacío
buscando el olvido. 
Estando solo en casa, 
con una copa de vino, 
me hice una pregunta, 
de esas sin sentido 
que a veces me hago 
para saber si sigo vivo.

Surgió de la nada. 
Es despedazada 
la frágil calma 
por una tormenta 
desencadenada: 
"¿Es que no tienes alma?"

En voz alta, 
con la voz grave 
del que sabe 
que no habrá réplica
ni duda razonable. 
Que la clave 
está en abrir los sentidos, 
sin malentendidos, 
pues aunque hable solo 
no hay nadie aquí conmigo.

"Escucha atentamente, 
amigo mío,
abre tu corazón cohibido 
y te diré algo sobre el alma,
algo que nunca has oído." 

"No por sentir que estoy vivo 
tengo derecho a nada, 
a nada que no haya sufrido." 

"No por haber nacido 
es mi alma un regalo 
gratuitamente recibido." 

"A ella he de renunciar, 
pues si me he creído 
que la mía es la buena
más vale pegarme un tiro." 

"Mi alma es,
y no puede ser, 
algo que me han dicho
que hay que tener. 
Conocimiento relativo, 
pues no hay lecciones 
si mis emociones 
no las han producido." 

"Es ella una farsa,
una ilusión que va conmigo.
De la mano me ha cogido, 
a mi piel se ha cosido. 
Nada de lo que haga 
podrá deshilacharla 
de mi rutinario destino." 

"He de abandonarla, 
sin remilgos. 
Deshacerme de ella, 
darle vacaciones,
sin poemas
ni canciones."

"Hasta que no esté seguro, 
sinceramente convencido  
de que de ella 
me he desprendido, 
hasta que no llore 
por haberla perdido, 
nunca podré 
comenzar el camino. 
He de despertar, 
he estado dormido, 
llevo toda una vida  
soñando con el ombligo." 

"No es tan sencillo. 
He de ser testigo
de mi propia lección, 
en mi propio desengaño 
llegar hasta el hastío. 
Buscar la verdad 
entre el gentío 
hasta que por mi mismo
la haya aprendido."

"Nadie tiene la solución, 
ni la correcta ni la opuesta, 
pero para ganar algo  
he de subir la apuesta. 
No me importa adonde voy, 
la búsqueda es la respuesta. 
No tengo ninguna prisa, 
pues sumar rápido sólo resta. 
Tal vez llegue en otra vida 
si al final no llego en ésta." 


lunes, 6 de mayo de 2013

Éramos Seis






Éramos seis,
de seis quedamos cinco.
El que se fue,
antes de irse,
dejó un vacío
en un rincón,
las ganas
en un cajón
y bien cortado
el limón.

Así que teníamos
ganas de hablar,
tabaco,
varios mecheros
que al final de la noche
cambiaron de dueño,
cinco vasos,
hielo,
rodajas de limón,
refresco de cola
y ron. 

En el escenario 
verdades como puños,
mentiras como encinas.
Saltos al pasado
pasando por encima
de recuerdos,
ideas,
principios
y las ramas caídas 
del árbol de la vida,
de las que no brota savia,
sólo pegajosa resina.
Sus hojas en movimiento 
mecidas por el viento 
del desconocimiento 
en señal de duelo.
En su atrevimiento, 
erguidas, 
huyen del suelo.

Hablar por hablar.
Ideas gastadas,
repetidas 
hasta el hastío, 
se hicieron fuertes 
en el neocórtex 
tomando como rehenes 
a los sueños, 
la imaginación, 
la creatividad 
y la opinión. 

Avanzando
por la ciénaga
de la corrección,
las expectativas,
la educación,
los imposibles
y la razón
toca al final
decidir
si voy o no
a hacer leña 
de los brazos caídos
a manos 
de la desesperación. 

Ninguno de nosotros 
salió a salvo, 
vivo, 
ni sobrio 
del licor 
de alta graduación
obtenido
de la fermentación
de las palabras agrias
de aquella conversación. 





jueves, 28 de marzo de 2013

Secretismos Sobre los Secretos




Todo empieza en deseo, 
el deseo cristaliza en carbón. 
Carbón negro 
para camuflarse, 
para ser discreto, 
y alentado por ser invisible 
poco a poco va convirtiéndose 
en un embrión secreto. 

El secreto se oculta 
bajo sábanas limpias, 
sin llamar la atención 
de los curiosos que, 
por casualidad, 
consigan pasar del edredón. 

Allí crece, 
se hace fuerte, 
hace las veces 
de confidente. 
Se le visita, 
periódicamente, 
para que no se sienta 
del todo solo. 
Para quitarle, 
de cuando en cuando, 
el sudor de la frente; 
hacerle sentir importante 
por su condición de estar 
siempre presente. 

Cuidarle, 
acariciarle,
aunque levemente,
porque él sabe 
que ante ojos extraños 
parecerá indecente. 

Cuanto más crece, 
más difícil es que pase 
por la grieta de la verdad. 
Se paga el peaje de la mentira 
para salir a la brillante luz 
que irradia la realidad. 

Un día rompe el capullo 
tejido con la seda 
de palabras dormidas, 
bellas en la forma, 
en el significado esquivas. 
Tras ellas quedan 
las evidentes brasas 
que la traición aviva. 

Y si el que abre el celofán 
no tiene los pies en buen lugar, 
el secreto se convierte en veneno, 
arrasando todo a su paso, 
explosivo y mortal. 

Entre esas dos almas 
ya nunca crecerá la hierba 
segada por el metal 
de la guadaña de la verdad, 
refulgente y brillante, 
para matar a la honestidad 
y a toda su familia: 
a la confianza, 
al amor 
y a la sinceridad. 

Pero aún así, 
en todas y cada una 
de las mentes de esta ciudad, 
los secretos crecen como setas 
tras la lluvia primaveral. 

Así que no nos extrañemos 
si oímos las bombas explotar 
acercándose a nuestro búnker, 
a toda prueba de intrusos, 
pero imposible de ocultar. 




Barros y Lodos




Éramos sólo unos críos 
cuando del agua de lluvia 
y de la arcilla 
y de la arena 
hacíamos barro, 
para jugar, 
para chapotear en los charcos, 
sin miedo a ensuciarnos. 
Sin miedo, 
porque por no saber 
no sabíamos ni que algún día 
nos querríamos limpiar. 

Tiempo después, 
ya bien educados y predispuestos 
a estar bien limpitos, 
unas gotas de lodo 
en el bajo del pantalón 
provocan hasta 
un ridículo pavor. 

Y me preguntas que qué me pasa, 
si tan sólo con salir de casa, 
con mirar por la ventana, 
la polución que pudre 
el alma y el más allá 
tapa con creces 
las cosas bellas, 
las ilusiones sinceras 
y el brillo de las estrellas. 
Mezquindades cotidianas, 
sacos de caspa para exportar. 
Humanos esforzándose en superar 
su propia mediocridad. 
Los talentos son olvidados, 
las ideas de usar y tirar 
ocupan su triste lugar. 

El proceso es tan mecánico 
que asusta pensar 
que quizá esté todo planeado, 
de antemano: 
alguien leyó el manual 
de como más abajo caer 
y lo está siguiendo al dedillo 
por un par de monedas de plata, 
un precio irrisorio 
por vender a toda la humanidad. 

Cuántos casos críticos, 
atropellos gratuitos? 
Cuántos vacíos dejados atrás, 
silencios por hablar? 
Cuántas decisiones tomadas 
sin pensar en los demás? 
Cuánto dolor causado 
porque en los que confiamos 
para guiar nuestros pasos 
viven en un constante miedo 
a perder sus míseras vidas, 
vidas de mentira, 
de tirar a la basura 
que empieza ya a oler mal? 

Entran ganas de bajar a las cloacas 
y entre cocodrilos albinos 
y residuos orgánicos 
meter las manos en el lodo 
y rebuscar los anillos caídos 
al intentar asegurar el presente 
hipotecando el futuro: 
otra estupidez más. 

Cuántas personas dispuestas a bucear 
en las profundidades del barro? 
Es que no queda nadie con valor 
para seguir tirando del carro, 
para cambiar nuestro destino 
aún al tremendo riesgo 
de que lo tilden de raro? 

Me duelen los dedos 
de tanto contar 
personas al mando 
pensando con el falo. 

Y me duelen los ojos 
de tanto mirar 
para otro lado...


martes, 26 de marzo de 2013

Callejón






No eran lágrimas las que recorrían sus largos cabellos y desembocaban en su barbilla, sino gotas de  fría lluvia, que ahora arreciaba sin disimulo alguno. Levantó la cabeza y dejó que el agua mojara sus labios, sus pómulos, su nariz, su barba de tres días. A sus pies, un hilillo de color rojizo oscuro, casi negro, corría en dirección a la alcantarilla con bastante prisa. Alargó su brazo derecho y miró el revólver que casi colgaba de sus dedos entumecidos. Tres balas. En cuclillas como estaba, entre dos contenedores de basura por los que los desperdicios rebosaban de esa manera despreocupada que sólo los muertos entienden, instintivamente palpó el bolsillo de su gabardina aún sabiendo que no encontraría nada. Tan sólo un paquete de tabaco. Sacó un cigarrillo y lo encendió con un mechero decorado con un negro ocho en un círculo blanco. Ocho balas me harían falta, pensó. Diablos. Qué curiosa manera de comunicarse tenía el destino, a través de un encendedor, como si la propia vida que se abría paso en cada calada supiera que su fin se acercaba y, a la vez, albergaba algún tipo de ansiedad por acabar con todo aquel asunto lo antes posible. Se irguió sacudiéndose el agua del pelo en un movimiento rápido, medido, cien mil veces practicado con anterioridad. Miró en dirección a la entrada del aquel oscuro y húmedo callejón. Decidido, apretó los dedos en la empuñadura  metálica de su 38 y comenzó a andar hacia la luz tenue que iluminaba la entrada de aquella callejuela. No había dado ni diez pasos cuando le dieron el alto tres individuos. Su aspecto era normal, ropas sencillas, zapatos baratos. Pero lo que llamaba la atención no eran sus atuendos, sus uniformes de normalidad. Lo que hizo que a aquel empapado tipo enfundado en una gabardina le temblaran ligeramente las piernas era que aquellos tres hombres iban armados hasta los dientes. Armas enormes, rifles de caza, semiautomáticas. Y le estaban apuntando. Uno de ellos, el que tenía más aspecto de anodino con sus pantalones de pana de un beige insultante, le disparó en la rodilla antes de que pudiera siquiera articular palabra. Nuestro hombre cayó de rodillas, apoyándose en las manos, aún sin soltar el revólver. Otro gatillo hizo click y el impacto de bala en el hombro derecho hizo saltar un trozo de gabardina hecha jirones y, a la vez, le hizo caer de espaldas salpicando en un charco. Esta vez sí, su pistola resbaló por el suelo un par de metros, lejos de su alcance. Otros cinco hombres llegaron a la carrera. Uno de ellos se le acercó, empuñando un cuchillo de carnicero. Se sentó sobre sus talones justo a la altura de la cabeza de aquel hombre malherido. Le miró fijamente a los ojos. -Mírame -le dijo. Con la dificultad de alguien que sabe que se está muriendo, entreabrió los ojos, sin ningún miedo ya, dispuesto a aceptar lo que fuera que el destino le guardaba en la recámara de la vida. -Te lo advertimos - le dijo -el apoyamanos del ascensor no es un cenicero. Ya te lo advertimos. No es nada personal, sabías que esto iba a pasar. Como presidente de la comunidad de vecinos te lo advertí personalmente. Y no hiciste caso, amigo. Es hora de morir-. Y sin darle ningún tiempo a responder, le cercenó el cuello con un giro rápido y limpio de muñeca.  

viernes, 1 de febrero de 2013

Dónde Estábamos?





No me digáis que 
no se veía venir: 
llevamos generaciones 
haciendo oídos sordos 
ante el cataclismo 
que acaba de llegar. 
Décadas fraguándose, 
delante de nuestras narices, 
mientras nos daban hostias 
arrodillados en el altar. 

Dónde estábamos todos 
mientras se hacían experimentos,
 políticos, 
lejos, 
allá en ultramar, 
dónde nada veíamos, 
dónde no oíamos a la gente gritar? 

Qué estábamos haciendo 
mientras robaban al pueblo 
los impuestos, 
las tierras, 
la capacidad de decidir, 
la libertad? 

Dónde teníamos la cabeza 
cuando vendíamos armas 
a tribus “salvajes”  
para revolverlas en guerras,
entre ellos mismos, 
y así distraídos 
la riqueza de sus países 
pudiéramos saquear 
con total impunidad? 

Petróleo, algodón, seda, 
café, soja, tungsteno, 
minerales rarísimos 
para la pantalla del teléfono. 
Medicinas probadas en niños 
que no pueden, 
(no pueden!!!!), 
ni siquiera protestar 
para que cuando las tomemos nosotros 
sepamos a ciencia cierta 
que funcionan más o menos, 
que no nos van a matar. 

Trabajos esclavos, 
aquí, allí y allá, 
pobres gentes haciendo de todo, 
de sol a sol, 
con la única esperanza 
de que mañana se van a levantar. 
En serio pensabas que 
una camiseta por dos euros 
es un precio justo de verdad? 

Destrucción de la vida en la tierra, 
talando selvas enteras, 
llevando especies a su extinción 
y a otras al borde ya. 
La vida humana no vale nada, 
eso sí, lejos de nuestro portal, 
sin darnos cuenta de que, 
a la hora de negociar, 
el precio es a la baja 
y en algún momento al final 
tampoco la nuestra valdrá nada: 
principio de economía 
de sociedad global. 

Hemos estado robando, 
como país, como sociedad, 
a los más débiles, 
haciendo la vista gorda. 
Eso, a nosotros, 
no nos sucederá jamás. 
Pues lo siento, 
no es verdad, 
siento decir que el experimento 
les ha salido genial. 
Tan bien que ahora 
han decidido 
que ya es hora 
de con nosotros probar. 

Hemos sido compinches 
del poder establecido 
a cambio de las migajas, 
de una fingida seguridad. 

Y ahora lloramos, 
maldecimos, 
hacemos aguas. 
Nos ha llegado la hora a nosotros 
y hemos consentido tanto 
que cómo los señores de arriba 
van a pensar 
que merecemos algo la pena, 
que somos de fiar, 
si hemos traicionado 
a nuestra propia especie 
por tener sobre la mesa hoy el pan. 

Lloriquear ahora ya no vale, 
las lágrimas están de mas. 
Les hemos permitido todo 
sin rechistar. 
Y tampoco vale el decir que no sabíamos, 
que nos han vuelto a engañar. 
Que nosotros no hemos hecho nada, 
tan solo la mirada apartar. 
La verdad es única, 
la culpa no es de los demás: 
somos totalmente responsables 
de lo que está por pasar. 
Sí, queridos compañeros, 
al final del banquete 
resulta que hay que pagar. 

Es triste, 
pero también una oportunidad, 
que sólo nos indignemos 
cuando en nuestras casas 
les veamos entrar 
a robarnos la comodidad. 
Quizá sea ahora el momento, 
el momento de empezar a pensar. 

Es hora de asumir, 
de hacer autocrítica, 
de pedirnos responsabilidades, 
sin miedo, 
y con decisión actuar. 
Somos todos iguales, 
de ahí es de donde hay que empezar. 
No se puede decir más claro, 
pero más alto se puede gritar: 
ya está bien, 
basta ya 
de hacernos los distraídos 
ante la desgracia de los demás 
y darnos cuenta de que, 
o salimos todos de esta vorágine 
de egoísmo y acumulativa ansiedad, 
o desaparecemos como sociedad, 
o, lo que es peor, 
como especie, 
lo cual, 
visto lo visto, 
igual es lo mejor 
que a este planeta, 
enfermo y triste, 
le podría pasar. 


miércoles, 30 de enero de 2013

Mil Años Después






Hay rumores corriendo 
por las calles a través 
de que hace mil años, 
dando un traspiés, 
se tropezó el miedo 
con el amor desenredado: 
nadie supo entonces, 
ni a nadie le importó, 
si había algún por qué. 

Cientos de imperios caídos 
y miles de inventos después 
han convertido al hombre 
en esclavo del saber, 
un deporte sólo accesible 
a los que al nacer 
tienen en su cuna 
adornos de oro y plata, 
aceites caros en el quinqué 
y los amamantan mujeres 
que han perdido a sus bebés. 

Y entre rito y rito 
han confundido los caminos. 
Los sagrados escritos, 
interpretados conscientemente 
por los menos indicados 
para decidir qué está bien, 
han inculcado que amar 
no es un deporte también. 
Pero el tiempo 
entierra el pasado sin querer, 
hace que la historia se repita, 
a prueba al hombre suele poner. 
Y un día como cualquier otro, 
tenía que suceder: 
se dio una oportunidad velada, 
una ocasión para aprender 
que no hay pelea necesaria 
si las personas se quieren 
por lo que son, 
no por lo que han de tener. 

Se encontraron, 
como se encuentra la arena 
al atardecer 
con la espuma 
de las agonizantes olas, 
sin querer reconocer 
que llevaban ya 
mas de trescientas noches 
a la intemperie, 
bebiendo a morro 
los licores del vicio, 
sin mirar a los ojos 
al desafiante para qué. 

No fue al principio, 
no, 
al revés, 
tardaron tres lunas llenas 
en poder entender 
que aquello era algo más 
que simplemente querer. 

Él hizo una promesa 
y a ella le pareció bien: 
ninguno de los dos sabía 
qué iba a suceder. 
Se entregaron igualmente 
porque no tenían, 
en principio, 
nada que perder. 

Cuarenta lunas después 
parecía que no había pasado el tiempo, 
parecía que era ayer 
cuando se conocieron sus lenguas, 
cuando se dieron placer, 
el placer de la primera vez. 
Cuando se abrió la puerta de golpe 
y él la vio aparecer 
vestida con sólo sus labios, 
los ojos apuntando a su sien. 
Entró y se quedó un rato, 
y otro rato después. 

Y más tarde ya no había 
quien de sus entrañas pudiera 
hacerla desaparecer. 
De miércoles a martes, 
y así mes tras mes 
él se enamoró de su alma 
y ella de la de él. 

Una tarde invernal, 
de hojas rojas 
y escarcha en el portal, 
se separaron sus bocas, 
un momento. 
En ese tiempo entró el aire 
y salió convertido en viento, 
palabras distinguidas, 
sin arrepentimiento. 
Él se dirigió a ella, 
acariciando su oído, 
aunque un poco también 
acariciando el de él: 

"Me entiendes mejor de lo que pienso 
te comprendo mejor de lo que crees. 
Ninguno de los dos antes 
ha estado tan conectado, 
de la cabeza a los pies, 
con otro ser humano 
de los de compartir cama, 
besos por la noche 
y por la mañana café."

Impertubables y decididos, 
hicieron oídos sordos 
al instinto de conservación 
que susurraba, traicionero: 
“sois conscientes de no saber 
adónde os dirigís, 
hacía que sitio correr.” 

Sin saberlo intuían 
que lo que estaba por hacer 
hacía más de mil años 
de la última vez: 
en la aventura del ahora 
sólo importaban ellos, 
que más daba si mañana 
era dentro de tres vidas 
o era dentro de un mes.



lunes, 28 de enero de 2013

Amanecer Tardío




Era de las que al amanecer 
les gusta volver a nacer. 
No por despertar, 
si no por tener nada menos 
que un par de copas de más. 

Antes de acostarse 
solía desayunar. 
Antes de ensuciarse 
se solía duchar. 
Antes de pensar 
siempre solía hablar. 
Y antes de hablar 
solía enjuagarse la boca 
con las miserias de los demás. 

Enfundada en un abrigo negro,
botas altas de montar.
Las miradas extrañas
ocultas tras el cristal
de unas gafas de pasta y
el flequillo irregular:
le gustaba sin ser vista
salir tarde a caminar.
Casi siempre con sombrero,
guantes de cuero,
y bolso a juego
para no desentonar. 

A tres metros sobre el suelo 
parecía levitar. 
Con un halo de misterio, 
artificial pero real, 
hacía las delicias 
de los modernos del lugar. 
Y siempre sola: 
es lo que pasa 
cuando echas de tu vida 
a cualquiera que se atreva 
a quedarse cerca lo suficiente 
como para conocerte de verdad. 

Me la encontré el otro día, 
un martes por la mañana,
creo recordar, 
saliendo de la frutería. 
Nos preguntamos, 
cordialmente, 
lo de siempre, 
que qué tal.
Se había mudado
al barrio del Pilar. 
Había tenido un hijo, 
el padre estaba por llegar 
aunque reconoció veladamente 
que estaba un poco harta 
de la rutina de esperar. 

Antes de despedirnos 
en un abrazo fugaz,
con los ojos vidriosos,
me dijo que nunca es tarde 
para empezar a soñar, 
pero que a ella 
ya no le quedaba tiempo; 
tenía ahora a la fuerza
otras cosas en que pensar.

Tantas hostias de la vida, 
tantas huídas
por la puerta de atrás 
la habían hecho,
sin querer,
darse por vencida 
incluso antes
de volver a empezar 
y ahora aceptaba su destino 
con una impresionante dignidad. 

La vi alejarse, 
caminando. 
Lo único que pude hacer 
fue alegrarme 
por ver a alguien capaz 
de aprender a luchar, 
si no por ella misma, 
al menos por la otra vida 
que en sus manos ahora está. 

Y supe, 
en ese momento,
para bien o para mal, 
que esta vez sí, 
eso era seguro,
esa muchacha,
convertida en mujer
sin haberlo deseado, 
lo iba a lograr. 

Ya se Me Pasará





No sé qué pasa,
que vaya donde vaya,
hable con quien hable,
hay un remanente de tristeza
si el interlocutor, 
ojo,
tiene algo en la cabeza.

Debe ser que les ha comido
la lengua el gato,
por lo menos la mitad. 
Para decir tonterías
hay que coger número en el bar,
pero para ser sinceros y francos,
de verdad,
opinar un poco constructivamente
sobre lo que realmente importa
parece que es mejor callar,
no porque no haya nada que decir,
sino porque ni se lo han planteado
como una necesidad vital.

Es como si hubiera un agujero 
donde debería estar la voluntad 
de ser mejores cada día 
en vez de, 
simplemente, 
deambular.

Es como si nos hubieran dicho 
que las cosas son tal cual, 
que no se pueden cambiar, 
que por mucho que lo intentemos 
no existe la posibilidad 
de crear un presente más acorde 
con lo que nos gustaría soñar. 

Dicen que se me va la pinza, 
preguntan por qué no río igual. 
Por qué no me hacen ya gracia 
las desgracias en general. 
Que qué me ha pasado, 
que solía ser genial, 
solía tener mucho mejor rollo, 
solía salir mucho más. 

Solía importarme más bien poco 
lo que había tras las cortinas; 
solamente preocupado  
por atravesar el umbral 
y sentarme a la mesa 
por si caía algo por azar: 
era un tío mucho más majo, 
pero dónde va a parar. 

Pues resulta 
que me fui de vacaciones, 
hace algunas lunas ya, 
a un apartado lugar 
donde hace siempre bueno, 
donde por nada hay que suplicar. 
Donde las reglas no están hechas, 
donde soy yo y nadie más. 
Donde yo decido cómo y cuándo, 
donde puedo pensar con libertad, 
donde puedo ser creativo, 
donde no hay barreras que cruzar 
porque todo es un páramo abierto 
que tan sólo he de pasear. 

Es un sitio lejano, 
ni un turista en el lugar. 
Es adonde van las almas 
cuando dejan de pensar 
mirando el mundo como uno, 
el individuo deja de importar: 
entre tú, yo y los demás 
no hay lugar 
para extrañezas ni miedos 
sólo el amor sin filtrar. 

Y qué curioso, 
los que allí van, 
ya no pueden, 
jamás, 
regresar. 
Vaya donde vaya 
para siempre será mi hogar 
ese prado soleado 
donde entendí, 
de una vez por todas, 
más o menos de que va 
esta farsa que llamamos vida, 
este teatro general 
en la que los personajes, 
después de actuar, 
se van al camerino, 
corriendo, 
y no paran de llorar. 

Por eso me siento un poco solo, 
por eso no hace más que vibrar 
mi mente cansada, 
saltando de aquí a allá. 
Y no es que sea el más listo, 
no me queda orgullo ya, 
es que me da un poco de lástima 
que todo sea circunstancial 
y mezclemos a partes iguales 
lo banal y la vanidad. 
Que estemos todos atados, 
y bien atados, 
de pies y manos, 
con la esperanza de que, 
por sí solo, 
se va a arreglar. 
Eso, queridos amigos, 
siento mucho decirlo, 
pero no va a pasar. 

De aquí a mañana, 
casi seguro, 
se me pasará 
esta sensación extraña, 
esta especie de vacío 
estúpido y sentimental. 

Tiene toda la pinta 
de que eso va a depender 
de si después de comer 
me voy a tomar una tila 
o, 
por el contrario, 
me voy a tomar un café.

miércoles, 23 de enero de 2013

Si No lo Digo, Reviento




Qué dices que no te oigo:
el rumor que corre por tus mejillas
no me deja escuchar el latido
del dolor que martillea
tus sienes, ya encendidas.

Balbuceas algo sobre ti,
algo que no te deja oír
las delicadas voces
que claman por salir.
Palabras convencidas,
alimentando tu deseo,
deseo que no por obvio
se convierte en más certero.

Tan sólo porque ahora ves las rejas
te asustas de verdad. 
Llevas toda la vida
deshaciendo la madeja
del me quiere o no me quiere
mientras el destino,
imperturbable,
te levanta una ceja. 

No era esto lo que querías,
aún no estás harto de estar solo.
Todavía te levantas de madrugada
abrazado a la almohada
tras una pesadilla letal,
con lágrimas en los ojos,
con arrugas en el pecho
de tanto quedarte dormido
en posición fetal? 

Abrigarse no es tener miedo,
saltar al vacío no es de ineptos.
Hacer aguas en estos momentos
no es tan terrible,
no tanto,
como te está pareciendo.

Todo fluye en el mismo sentido,
un sentido incierto.
Y hasta que no asumas
que no hay camino correcto
no dejarás de lamentarte
por no conseguir hacer reales
todos tus pasajeros anhelos.

Tus risas y tus lamentos,
tu hambre y tus destellos,
tus giros al infierno
y tus calientes secretos, 
son todos afluentes 
del mismo río, 
el río del sueño: 
se alimenta de las nieves 
de tu tardío deshielo  
y del agua que no por azar 
veas caer desde el cielo. 

Lo único que se me ocurre decirte, 
lo único que creo que es cierto, 
es que no cejes en tu empeño, 
pues no habrá primavera primero 
hasta que no pase el invierno.




(No Tenía Pan)




Salí de casa un martes, 
creo que a comprar el pan, 
bien abrigado por el frío. 
Unos diez minutos antes 
de los cinco que suele nevar, 
como mucho, 
en esta ciudad. 

Sin darme cuenta me vi 
paseando por las avenidas, 
sin un destino concreto 
y con la cara aterida.

Había un aroma en el ambiente 
como de paz tras la guerra, 
una especie de guerra nuclear 
porque había peces con tres ojos, 
restos inequívocos de maldad.  

Me crucé con viejas amistades, 
todas ellas me negaron el saludo. 
No debió de ser nada amable
aquello que nos hicimos.  
Dejó tan mal sabor de boca 
que no quedaron testigos 
de la masacre de sentimientos 
de los peor llamados amigos. 

Me crucé con viejos amores 
que al verme, 
en vez de asustarse, 
o educadamente ignorarme, 
desenfundaron sus revólveres. 
Qué falta de respeto, 
disparando a dar, 
por un par de frases hechas
que dije en el altar. 
Jugando en desventaja,
saben que soy mucho más 
de arco y flechas
que de balas de verdad. 

Caminando por escombros, 
bolsas de basura, 
restos orgánicos 
y ganas de mentir
me encogí de hombros 
porque no reconocía nada 
de lo que veía allí. 

Así que, 
visto lo visto, 
volví a casa, 
sin haber comprado el pan. 
Y esta vez sí, 
convencido: 
me tengo que mudar 
a otra ciudad. 



viernes, 18 de enero de 2013

Hombres y Dioses sin Nombre





No me sienta bien
cerrar ciclos:
en vez de cumplir años
hace algún tiempo ya
que voy cumpliendo siglos.

Trozos de vidas pasadas,
trozos de trapos viejos,
remendándose unos con otros, 
pegados en el espejo 
dan como resultado 
algo parecido a mí 
cuando me ves llegar de lejos.

Parecido, 
sólo parecido, 
porque ni yo mismo sé qué soy.
Dejó de importar el tiempo,
dejó de importar el por qué.
Dejó de importar el depende:
ahora sólo vale el ahora 
y ahora sólo vale el para qué. 

En un océano de dudas 
los aciertos fueron por azar. 
Lo que curaba el agua 
lo cicatrizaba la sal. 
Fue en ese mismo mar 
donde cometí más errores: 
deslices, grietas y matices 
que no pude reparar 
pues con sólo una vida 
no da tiempo ni siquiera 
de aprender a perdonar. 

Ése es un poder 
que se reservan los dioses. 
Al beber en exceso 
se jactan de que eso, 
en el fondo, 
es su divinidad. 
Aún siendo creadores 
les tienta igual la vanidad. 

Por eso estamos limitados 
en pensamiento y aliento. 
Por eso nos crearon impuros, 
originalmente imperfectos. 
Porque sabían y temían, 
a partes iguales, 
lo que sólo era cuestión de tiempo: 
en algún momento 
haríamos los talentos nuestros. 
Sabían que al final 
siempre por el alumno 
es superado el maestro. 

Y no quieren competencia 
en vivir del cuento; 
al fin y al cabo sólo son 
tristes ecos fraudulentos 
de su propia existencia, 
justificada y sometida: 
tremendo lucrativo invento.

Debe ser por eso 
que renuncié a tener dueño 
y de mis oraciones de enero 
los desterré a todos ellos. 
A ellos y a todo aquel  
que aprieta el gatillo 
o los dedos sobre el cuello.

Será entonces por eso 
por lo que ahora sólo creo 
en ti, en mí, 
en los ojos sin miedo, 
en el temprano deshielo 
de los hombres y sus sueños 
y en el sol por la mañana 
alzándose, 
díscolo, 
al cielo.