jueves, 3 de abril de 2014

Lluvia Urbana



La lluvia arrecia
contra las ventanas
sobre los tejados de uralita.
Crecen en las calles
extrañas flores que caminan
con la mirada esquivando
las gotas caídas
pero casi chocando entre ellas
con sus puntas asesinas
amenazando con rebañar
las cuencas del cráneo
llenas de humores vítreos
pero vacías de vida.

Con las bocas entreabiertas
el labio inferior cuelga
mostrando la primera
de las hileras de dientes
en una expresión perdida.
Nadie busca nada más
que ilusiones ficticias
revolviendo entre los restos
de sus propias rutinas.
Misiones diarias
como comprar la comida
parámetros de la inercia
que arrastra las almas torcidas
por un viento invisible
familiar por cotidiano
es el canto de la desidia.

La ambigüedad de las encinas
que miran a los transeúntes
sin entender nada
desde sus celdas de adoquines
de dos metros por dos
me hacen imaginar
como sus raíces
se extienden bajo el suelo
rozando por encima
los túneles del metro.
Algún gato
que parece perdido
aunque lo está mucho menos
que las katiuskas que le miran
con desprecio desde arriba
busca cobijo
y algo de comer
en las trastiendas
de restaurantes chinos
donde se cocinan,
dicen,
a sus amistades,
a sus familias.

De pronto el asfalto
se convierte en el reflejo
de lo que es una ciudad
sumergida bajo la lluvia.
Borrosa y confiada
de lo que viene de frente,
el futuro mutante
de novedades desencantadas
por ser tan predecibles
como los fines de semana
pasando uno tras otro
y no dejando nacer
a su paso
ni una triste brizna de hierba
entre las juntas apretadas
de las baldosas grisáceas
que enmoquetan las avenidas.