Mirarte sin que veas,
oírte respirar.
Mezclarme contigo
sin tener recelos.
Besarte en la nuca
no por temer tus ojos
sino porque me encanta
bajarte por la espalda.
Hacer gárgaras
con mis inseguridades
y salir al ruedo
sin estrategia planeada:
darte mi cariño
a cambio de nada.
Hablarte de mis miedos,
mis heridas y mis sueños.
Olvidar que me traicionaron,
obviar mi propia traición.
Que los pasados escarmientos,
que queramos o no queramos
a todos nos dejaron marcados,
sirvan de entrenamiento.
Que no sea en ese espejo
donde vea mi reflejo.
No pensar que me harás daño,
porque ya nada puede evitar eso.
No medirte con la regla
que mide las cicatrices,
restos de una vida
de eternos aprendices,
sino con mis dedos
enredados en tu pelo,
en tus piernas,
en tus manos,
en tu cuello.
Tener la certeza de que,
pase lo que pase,
mi recuerdo será siempre
tan bonito
como soy capaz de mirarte
y tan tierno
como soy capaz de besarte.
Mantenerme erguido
sin temer a la riada,
darte mi confianza
a cambio de nada.
No tener expectativas,
dejar al impulso volar.
Asomarme para mirar
el viento y la lluvia
sin taparme la cara
y querer quedarme así
toda la temporada.
Que cruces mis pensamientos
cuando estoy contento;
que evocar tu recuerdo
no sea por raros momentos.
Recuperar la ilusión
de la infancia pasada.
Dejarme caer,
resbalando por ella,
disfrutar de la bajada.
Derrotar a la mente,
sentirla desconectada.
Dejar que la inocencia
cumpla su palabra
y ofrecerte mi alma
a cambio de nada.