Que difícil se hace
romper los moldes de papel salmón
con los que hemos construído
estas cajas de cartón
en las que duermen en los portales
las indigencias de la razón.
Que difícil debe hacerse
mirar a la sombra a los ojos,
decirle que cambiamos las reglas,
que nadie da créditos de tiempo,
que estamos hartos de perder.
Es la doble contabilidad mintiendo:
no es verdad que haya
más en el debe que en el haber.
Que complicado se antoja
romper ese conglomerado
de situaciones y recuerdos,
frustraciones y miedos,
orgullo y prejuicios,
presuntuosidad y pereza,
sujetándonos contra el suelo
para no levantar cabeza.
Que difícil es gritar por ayuda,
asumir que nos superan,
admitir la derrota,
saber que estamos
más dentro que fuera.
Cuanta angustia al ver pasar los días
saber que no volverán.
Que no hicimos lo suficiente
para hacer que mereciera la pena
el sufrimiento más o menos gratuíto
que conlleva la autoimpuesta condena.
Y que fácil es
mirarse en las vidas ajenas,
pensar que no estamos tan mal
comparados con esas almas en pena.
Que sencillo resulta
vivir sin excesos en las emociones,
saberse relativamente estables
tan seguros en las ambiciones.
Que simple es negar la posibilidad,
baldío esfuerzo supremo.
Que poco valiente es no creer en nada,
que falta de atrevimiento.
Arriesgarse para qué?
Para poner en juego seguridades
que lucen tan bien en una vitrina?
Qué hacemos con esos trofeos viejos,
almacenarlos en un cajón de la cocina?
Es que no lo sabías?
No te lo han dicho nunca?
Si atentamente las miras
las heridas al final curan.
Que fácil y que absurdo
no ser capaces de acercarnos
a la boca del perro rabioso
con sus hileras de dientes
que sabemos que no muerde
pero nos da tanto susto
que lo mas sencillo siempre
es decirnos que no se puede.