La cama deshecha,
nadie abrió las cortinas.
Almohadas como piedras:
la canción de cuna
era la asesina.
No esperaba a nadie,
era una cama vacía.
No tenía, por no tener,
ni los muelles boca arriba.
Hundida en el medio,
los pies siempre sobresalían.
Tenía ese olor a almizcle,
esa humedad que sabía
a pasado siempre presente,
a futuro que prometía.
No invitaba ya nada
a tumbarse encima;
ni por el aspecto desvencijado
ni por haber dado cabida
a tantas batallas de cuerpos,
a tantas siestas perdidas,
a tantos insomnios perennes,
a tantas promesas podridas.
Alguien dictó sentencia
un caluroso día;
la bajaron entre cuatro,
en el ascensor no cabía.
Y antes de partir
al cielo de las camas,
pasó varias noches dormida
en el sombrío purgatorio
de aquella gris avenida.