Amanece, que no es poco,
mis labios rozando tu paz.
Se nos abren los ojos
buscándose sin oscuridad.
Es el aquí y el ahora;
por la ventana, la ciudad.
El cielo que nos mira
es el mismo de hace seis días.
Se retuerce y gime, llora,
una pataleta de última hora.
Está irritado porque se asoma
y no le gusta lo que ve.
Preferiría,
para variar,
una humanidad más viva,
sin números en el papel.
Nos mantendrá con vida
si le mostramos con convicción
que la esperanza no está
del todo perdida.
Merecemos una oportunidad
por tener alguna idea
de donde se esconden
el amor,
la virtud
y la verdad?
Somos tres en este juego:
tú, yo y los demás.
Por mucho que pidamos
hágase tu voluntad,
no puede importar menos
nuestra triste vanidad.
Tenemos la posibilidad,
también tenemos miedo.
Pero es nuestro el deber
concedida la posibilidad.
Hay que asesinarse primero
y volver a renacer.
Sacar toda la basura,
ordenar,
limpiar
y recoger.
No se mata por casualidad
a la escurridiza mentira:
hay que mirarla a los ojos
y mostrarle la realidad.
Correr el tremendo riesgo
de buscarse de verdad.
Obligar al pasado
a arrodillarse y suplicar.
Escupir en el suelo,
hacer en la mesa con fuerza
la mano cerrada sonar,
y exigir, no sin luchar,
que sin quererlo todo
queremos todo lo demás.
Que fácil no hay nada
pero nada hay que temer.
Por mucho que oigamos rumores
el verdadero pecado
está en dejar de creer.
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