No me digáis que
no se veía venir:
llevamos generaciones
haciendo oídos sordos
ante el cataclismo
que acaba de llegar.
Décadas fraguándose,
delante de nuestras narices,
mientras nos daban hostias
arrodillados en el altar.
Dónde estábamos todos
mientras se hacían experimentos,
políticos,
lejos,
allá en ultramar,
dónde nada veíamos,
dónde no oíamos a la gente gritar?
Qué estábamos haciendo
mientras robaban al pueblo
los impuestos,
las tierras,
la capacidad de decidir,
la libertad?
Dónde teníamos la cabeza
cuando vendíamos armas
a tribus “salvajes”
para revolverlas en guerras,
entre ellos mismos,
y así distraídos
la riqueza de sus países
pudiéramos saquear
con total impunidad?
Petróleo, algodón, seda,
café, soja, tungsteno,
minerales rarísimos
para la pantalla del teléfono.
Medicinas probadas en niños
que no pueden,
(no pueden!!!!),
ni siquiera protestar
para que cuando las tomemos nosotros
sepamos a ciencia cierta
que funcionan más o menos,
que no nos van a matar.
Trabajos esclavos,
aquí, allí y allá,
pobres gentes haciendo de todo,
de sol a sol,
con la única esperanza
de que mañana se van a levantar.
En serio pensabas que
una camiseta por dos euros
es un precio justo de verdad?
Destrucción de la vida en la tierra,
talando selvas enteras,
llevando especies a su extinción
y a otras al borde ya.
La vida humana no vale nada,
eso sí, lejos de nuestro portal,
sin darnos cuenta de que,
a la hora de negociar,
el precio es a la baja
y en algún momento al final
tampoco la nuestra valdrá nada:
principio de economía
de sociedad global.
Hemos estado robando,
como país, como sociedad,
a los más débiles,
haciendo la vista gorda.
Eso, a nosotros,
no nos sucederá jamás.
Pues lo siento,
no es verdad,
siento decir que el experimento
les ha salido genial.
Tan bien que ahora
han decidido
que ya es hora
de con nosotros probar.
Hemos sido compinches
del poder establecido
a cambio de las migajas,
de una fingida seguridad.
Y ahora lloramos,
maldecimos,
hacemos aguas.
Nos ha llegado la hora a nosotros
y hemos consentido tanto
que cómo los señores de arriba
van a pensar
que merecemos algo la pena,
que somos de fiar,
si hemos traicionado
a nuestra propia especie
por tener sobre la mesa hoy el pan.
Lloriquear ahora ya no vale,
las lágrimas están de mas.
Les hemos permitido todo
sin rechistar.
Y tampoco vale el decir que no sabíamos,
que nos han vuelto a engañar.
Que nosotros no hemos hecho nada,
tan solo la mirada apartar.
La verdad es única,
la culpa no es de los demás:
somos totalmente responsables
de lo que está por pasar.
Sí, queridos compañeros,
al final del banquete
resulta que hay que pagar.
Es triste,
pero también una oportunidad,
que sólo nos indignemos
cuando en nuestras casas
les veamos entrar
a robarnos la comodidad.
Quizá sea ahora el momento,
el momento de empezar a pensar.
Es hora de asumir,
de hacer autocrítica,
de pedirnos responsabilidades,
sin miedo,
y con decisión actuar.
Somos todos iguales,
de ahí es de donde hay que empezar.
No se puede decir más claro,
pero más alto se puede gritar:
ya está bien,
basta ya
de hacernos los distraídos
ante la desgracia de los demás
y darnos cuenta de que,
o salimos todos de esta vorágine
de egoísmo y acumulativa ansiedad,
o desaparecemos como sociedad,
o, lo que es peor,
como especie,
lo cual,
visto lo visto,
igual es lo mejor
que a este planeta,
enfermo y triste,
le podría pasar.
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