Fechas señaladas,
sí,
por el dedo de la náusea.
Tradición
en paños menores
untada de grasa
con un pincel
de cerdas falsas;
Esa grasa
que rezuma
rebosando
fuentes altas
es la que sobra
sobre mi mesa
mientras en otras
se echa en falta.
Y celebramos,
por inercia,
por indiferencia,
mirando hacia delante
con las bridas puestas
la soga al cuello
y la razón distante.
Es imperativo
ser felices,
pues la envidia
de no serlo
y ver las sonrisas
de gominola y fieltro
que van cosidas
a las conciencias del resto
nos convierte
en poco menos
que parias sociales,
enemigos de lo nuestro.
Luces que brillan,
hordas por las calles.
El frío no apaga
los deseos clandestinos
de que todo acabe
cuanto antes
pues la mentira
es tan grande
que si durase
una semana más
habría que pensar
en suicidarse.
Precioso,
entrañable.
Son los mejores deseos
expectativas mortales
y se brinda
por la humanidad
aunque las personas
se desangren.
Todo marcha
sobre ruedas,
en el horno
cuecen aves.
Época de dar las gracias
de no creernos culpables.
Y casi cuela,
casi caemos en trance,
excepto por un detalle:
nos sudan las manos,
nos aprieta el traje
porque en el fondo ésto
no se lo puede creer nadie.
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