Éramos seis,
de seis quedamos cinco.
El que se fue,
antes de irse,
dejó un vacío
en un rincón,
las ganas
en un cajón
y bien cortado
el limón.
Así que teníamos
ganas de hablar,
tabaco,
varios mecheros
que al final de la noche
cambiaron de dueño,
cinco vasos,
hielo,
rodajas de limón,
refresco de cola
y ron.
En el escenario
verdades como puños,
mentiras como encinas.
Saltos al pasado
pasando por encima
de recuerdos,
ideas,
principios
y las ramas caídas
del árbol de la vida,
de las que no brota savia,
sólo pegajosa resina.
Sus hojas en movimiento
mecidas por el viento
del desconocimiento
en señal de duelo.
En su atrevimiento,
erguidas,
huyen del suelo.
Hablar por hablar.
Ideas gastadas,
repetidas
hasta el hastío,
se hicieron fuertes
en el neocórtex
tomando como rehenes
a los sueños,
la imaginación,
la creatividad
y la opinión.
Avanzando
por la ciénaga
de la corrección,
las expectativas,
la educación,
los imposibles
y la razón
toca al final
decidir
si voy o no
a hacer leña
de los brazos caídos
a manos
de la desesperación.
Ninguno de nosotros
salió a salvo,
vivo,
ni sobrio
del licor
de alta graduación
obtenido
de la fermentación
de las palabras agrias
de aquella conversación.
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