Siempre los ideales altos,
la camisa planchada.
Mirada de dudar poco,
confianza prefabricada.
Los nervios en un manojo
atados con rama de olivo
le hicieron guardar sin querer
el dolor en un bolsillo.
Un dolor metálico,
tintineaba con las monedas.
Se equivocó al dar el cambio,
entregó sus lágrimas secas.
Dos de cada tres veces
que acierta a salir de casa
tropieza con el mismo escalón
que está manchado de grasa.
Habiendo pensado en limpiarlo
al final siempre se olvida:
no hay espacio en su cabeza
para las mundanales rutinas.
Sin aparente miedo a nada,
sin delitos ni faltas,
siempre mirando al horizonte
con la cabeza bien alta.
Gustándose en frases hechas
al dictado de la desidia:
desesperanza disfrazada
de una ácida ironía.
Todo por mantener cerrada
la boca de la certeza,
lanzándole trastos viejos
contra su propia cabeza.
Se cayó de la cama
una noche de Marzo.
Un dolor desde el pecho
hormigueaba por el brazo.
Arrancando el dosel,
aferrándose a vivir
a una vida dedicada
a simplemente huir.
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