Salí de casa un martes,
creo que a comprar el pan,
bien abrigado por el frío.
Unos diez minutos antes
de los cinco que suele nevar,
como mucho,
en esta ciudad.
Sin darme cuenta me vi
paseando por las avenidas,
sin un destino concreto
y con la cara aterida.
Había un aroma en el ambiente
como de paz tras la guerra,
una especie de guerra nuclear
porque había peces con tres ojos,
restos inequívocos de maldad.
Me crucé con viejas amistades,
todas ellas me negaron el saludo.
No debió de ser nada amable
aquello que nos hicimos.
aquello que nos hicimos.
Dejó tan mal sabor de boca
que no quedaron testigos
de la masacre de sentimientos
de los peor llamados amigos.
Me crucé con viejos amores
que al verme,
en vez de asustarse,
o educadamente ignorarme,
desenfundaron sus revólveres.
Qué falta de respeto,
disparando a dar,
por un par de frases hechas
que dije en el altar.
que dije en el altar.
Jugando en desventaja,
saben que soy mucho más
saben que soy mucho más
de arco y flechas
que de balas de verdad.
que de balas de verdad.
Caminando por escombros,
bolsas de basura,
restos orgánicos
y ganas de mentir
me encogí de hombros
porque no reconocía nada
de lo que veía allí.
Así que,
visto lo visto,
volví a casa,
sin haber comprado el pan.
Y esta vez sí,
convencido:
me tengo que mudar
a otra ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario