Era de las que al amanecer
les gusta volver a nacer.
No por despertar,
si no por tener nada menos
que un par de copas de más.
Antes de acostarse
solía desayunar.
Antes de ensuciarse
se solía duchar.
Antes de pensar
siempre solía hablar.
Y antes de hablar
solía enjuagarse la boca
con las miserias de los demás.
Enfundada en un abrigo negro,
botas altas de montar.
Las miradas extrañas
ocultas tras el cristal
de unas gafas de pasta y
el flequillo irregular:
le gustaba sin ser vista
salir tarde a caminar.
Casi siempre con sombrero,
guantes de cuero,
y bolso a juego
para no desentonar.
botas altas de montar.
Las miradas extrañas
ocultas tras el cristal
de unas gafas de pasta y
el flequillo irregular:
le gustaba sin ser vista
salir tarde a caminar.
Casi siempre con sombrero,
guantes de cuero,
y bolso a juego
para no desentonar.
A tres metros sobre el suelo
parecía levitar.
Con un halo de misterio,
artificial pero real,
hacía las delicias
de los modernos del lugar.
Y siempre sola:
es lo que pasa
cuando echas de tu vida
a cualquiera que se atreva
a quedarse cerca lo suficiente
como para conocerte de verdad.
Me la encontré el otro día,
un martes por la mañana,
creo recordar,
creo recordar,
saliendo de la frutería.
Nos preguntamos,
cordialmente,
lo de siempre,
que qué tal.
Se había mudado
al barrio del Pilar.
Se había mudado
al barrio del Pilar.
Había tenido un hijo,
el padre estaba por llegar
aunque reconoció veladamente
que estaba un poco harta
de la rutina de esperar.
Antes de despedirnos
en un abrazo fugaz,
con los ojos vidriosos,
me dijo que nunca es tarde
con los ojos vidriosos,
me dijo que nunca es tarde
para empezar a soñar,
pero que a ella
ya no le quedaba tiempo;
tenía ahora a la fuerza
otras cosas en que pensar.
otras cosas en que pensar.
Tantas hostias de la vida,
tantas huídas
por la puerta de atrás
por la puerta de atrás
la habían hecho,
sin querer,
darse por vencida
sin querer,
darse por vencida
incluso antes
de volver a empezar
de volver a empezar
y ahora aceptaba su destino
con una impresionante dignidad.
La vi alejarse,
caminando.
Lo único que pude hacer
fue alegrarme
por ver a alguien capaz
de aprender a luchar,
si no por ella misma,
al menos por la otra vida
que en sus manos ahora está.
Y supe,
en ese momento,
para bien o para mal,
para bien o para mal,
que esta vez sí,
eso era seguro,
esa muchacha,
convertida en mujer
sin haberlo deseado,
esa muchacha,
convertida en mujer
sin haberlo deseado,
lo iba a lograr.
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