No me sienta bien
cerrar ciclos:
en vez de cumplir años
hace algún tiempo ya
que voy cumpliendo siglos.
Trozos de vidas pasadas,
trozos de trapos viejos,
remendándose unos con otros,
pegados en el espejo
dan como resultado
algo parecido a mí
cuando me ves llegar de lejos.
Parecido,
sólo parecido,
porque ni yo mismo sé qué soy.
Dejó de importar el tiempo,
dejó de importar el por qué.
Dejó de importar el depende:
ahora sólo vale el ahora
y ahora sólo vale el para qué.
En un océano de dudas
los aciertos fueron por azar.
Lo que curaba el agua
lo cicatrizaba la sal.
Fue en ese mismo mar
donde cometí más errores:
deslices, grietas y matices
que no pude reparar
pues con sólo una vida
no da tiempo ni siquiera
de aprender a perdonar.
Ése es un poder
que se reservan los dioses.
Al beber en exceso
se jactan de que eso,
en el fondo,
es su divinidad.
Aún siendo creadores
les tienta igual la vanidad.
Por eso estamos limitados
en pensamiento y aliento.
Por eso nos crearon impuros,
originalmente imperfectos.
Porque sabían y temían,
a partes iguales,
lo que sólo era cuestión de tiempo:
en algún momento
haríamos los talentos nuestros.
Sabían que al final
siempre por el alumno
es superado el maestro.
Y no quieren competencia
en vivir del cuento;
al fin y al cabo sólo son
tristes ecos fraudulentos
de su propia existencia,
justificada y sometida:
tremendo lucrativo invento.
Debe ser por eso
que renuncié a tener dueño
y de mis oraciones de enero
los desterré a todos ellos.
A ellos y a todo aquel
que aprieta el gatillo
o los dedos sobre el cuello.
Será entonces por eso
por lo que ahora sólo creo
en ti, en mí,
en los ojos sin miedo,
en el temprano deshielo
de los hombres y sus sueños
y en el sol por la mañana
alzándose,
díscolo,
al cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario