lunes, 19 de diciembre de 2011

Oído Cocina




Oigo hablar de malentendidos,
oigo hablar de ofensas.
Oigo dar forma a los recuerdos
no como son, 
no como eran,
sino como cada uno de nosotros
prefiere sacarlos fuera.

Oigo ladridos de rabia
y palabras inconexas.
Oigo un poco de la vida escapar
en cada una de mis caladas.
Oigo más reproches,
oigo más palabras insanas
que caricias en la piel
en mis orejas desgastadas.

Oigo golpes en la pared,
indescifrables por naturaleza.
Imagino que son coletazos, 
peces ahogándose fuera del agua, 
pidiendo auxilio a gritos,
demostrando que por lo menos alguien
se aferra a una vida improvisada.
Pero resulta que son sólo las quejas
por los ruidos de madrugada. 

Oigo sirenas en la distancia,
como surgen y como se apagan, 
sonando, 
no amenazadoramente, 
sí como el tiempo que se acaba.
Que raro debe de hacerse 
ver a la muerte 
venir a por nosotros
disfrazada de ambulancia.

Oigo temblores de tierra
que revuelven las entrañas
de los perros, pájaros y gatos
mucho antes de que nos demos cuenta
de que tiemblan los cimientos. 
Fijados sobre arenas movedizas,
principios inciertos,
hacen un ruido insoportable
cuando se derrumban, 
dinamitados. 
Es más fácil reconstruirlos 
según dicte la conveniencia.

Oigo demasiado a menudo
que no se puede hacer nada, 
hay que vivir con ello,
no tenemos mas ganas
de asumir y reaccionar.
Es preferible siempre
la medicina que quita el síntoma
que el dolor que al final sana. 

Oigo el cambio aproximarse,
hablándome en una lengua muerta:
el idioma de los valientes
al rehusar rendirse,
dispuestos a continuar la partida
sin miedo a perder la vida, 
sabiendo antes de empezar
que está irremediablemente perdida.

Oigo a los sueños revolverse en sus camas
por no saberse especiales. 
Por estar confundidos.
Porque nadie nunca los dibujó
exactamente como son, 
irreales,
poniéndoles esa mirada en sus ojos
que los convierte en inmortales.





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