jueves, 20 de octubre de 2011

Rayos (catódicos) y Centellas (anónimas)




Te vi, 
te sentí en rayos catódicos. 
Por suerte, 
por casualidad, 
por el destino, 
las tres cabezas del can, 
bocas sembradas de caninos, 
que guarda la entrada 
de un paraíso efímero. 

Aunque en ninguna de las tres creo, 
imaginé que aquella vez sería distinto. 

Porque tu sonrisa, 
tus reservas, 
tus labios, 
tu nariz, 
tu cara, 
y tus ojos negros 
eran hambre para hoy, 
pan para mañana. 

A sabiendas de eso, 
escribiendo mi cuento 
que tú protagonizas 
y yo sólo leo, 
atento, 
no parece que el final 
sea propicio desvelar. 

Quizá sea mejor así, 
sin terminar. 
Así tú te quedas tranquila 
y yo no me dejo llevar; 
Lo recordaremos con cariño 
sin tener curiosidad, 
quietos y silenciosos, 
por ver como va a acabar. 
A salvo de nosotros mismos 
sentados aquí en la orilla, 
tan sólo mirando el mar.  

Más allá de ese horizonte, 
de anaranjado a amarillento,
aguarda el desenlace abierto
que no por ser tan irreal 
es más denostadamente incierto. 
No por no ser verdad es 
más propicio el desencuentro. 

Es curioso como a veces la vida 
se esfuerza en contarme historias 
ilusionantes en el paladar, 
que en el estómago se amotinan.  

Pero siempre, 
al final, 
son mis bolígrafos, 
mis pinceles y rotuladores 
actuando por su cuenta, 
los irresponsables 
de mis acciones. 
Esforzándose por sacar 
a los demás los colores, 
sus brillos marmoleos,  
sus reflejos de vida. 

He de confesar 
la verdad que me atosiga: 
lo único que me queda 
al finalizar el día 
es dibujarte a ti,  
porque la única certeza 
es que nunca serás mía. 

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