domingo, 3 de junio de 2012

Rien ne va Plus





El sonido de los hielos 
en el fondo del vaso. 
Un último vistazo alrededor 
antes de serme sincero. 
Ese segundo y medio 
en el que la verdad se cae, 
vacilante, 
por su propio peso. 
Afirmo definitivamente, 
estoy en estado ebrio. 

Salgo por la puerta 
sin mirar atrás; 
lio un cigarrillo 
fuera del último bar. 
Esquivando las miradas 
de las damas esquinadas 
me subo a la acera; 
me atacan 
el camión de la basura, 
un coche de policía 
o un taxista de color gris, 
envenenada la ideología. 

La mirada rápida, 
distante. 
Pasos alternos, 
vacilantes. 
Adoquines vengativos 
por ser de otra época 
o sentirse vacíos. 
La avenida me recibe 
con el pan bajo el brazo, 
buscando una luz verde 
que acabe con esta agonía 
y brinde, 
por brindar algo, 
un poco de descanso 
que aunque no es merecido 
me permito el lujo de dármelo. 

Un trayecto por las nubes, 
luces que no buscan el centro. 
Se oye algo a lo lejos, 
sirenas del mar muerto. 
Personajes vomitando, 
colores de piel diversos. 
Una reyerta en un semáforo 
por algo que no es dinero. 
No llego a desorientarme, 
me suenan estos cimientos 
desfilando ante mí, 
navegando el espacio-tiempo. 

La llave que no entra, 
seis pisos eternos. 
Un espejo que se ríe 
de lo que ve dentro. 
Sin pulsar interruptores 
por no turbar la calma, 
entro en el salón 
estando aún despierto; 
el sueño hambriento, 
mi única misión. 

Pantalones rendidos. 
Calcetines a rayas 
desmayados en el suelo. 
Ropa interior despreciada, 
una camiseta al vuelo. 
Tropiezo con algo, 
parece un cable, 
seguramente el del teléfono. 
A mis huesos, 
a sus restos, 
los abraza el edredón,  
me ha echado de menos. 

Son las cinco de la mañana 
y sólo atraviesan mi mente, 
justo antes de apagarla, 
fantasías, 
memorias enterradas, 
ilusiones de tu espalda dormida 
al otro lado de mi cama. 

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