martes, 21 de agosto de 2012

Almirante, 15







Había sangre, 
por todas partes. 
Mi estómago pegado  
al asfalto ya caliente
del portal numero quince 
de la calle Almirante. 

Un minuto antes 
frases interesantes
cruzaban mi mente 
vestidas de etiqueta, 
con aires elegantes. 

Había en el ambiente
un aire inquietante. 
 No se movía nada ni nadie, 
ni por detrás ni por delante, 
excepto la estela dejada
al pasar yo, el caminante, 
o los coches sombríos 
con sus luces delirantes. 

Fue al girar la esquina 
con el paso renqueante. 
Un brillo en la noche, 
un escalofrío amenazante: 
era el caprichoso destino  
que había venido a buscarme. 

Sucede todo en un instante:
un pinchazo en el estómago, 
las estrellas se hacen grandes. 
Costillas contra el suelo, 
unos ojos centelleantes. 
Alguien me palpa los bolsillos, 
oigo chillar mis llaves, 
tintineando en el aire. 
Cruza mi cabeza el miedo, 
tengo en la lengua el sabor 
metálico de mi sangre. 

No es un asesino conocido, 
no se parece al hambre. 
Es la ironía de este mundo 
atacando como un enjambre. 

Se aleja corriendo, subiendo, 
como botín mi último aliento. 
Siento como poco a poco 
me llega el desfallecimiento. 
Unas lineas rojas huyendo 
formando rombos perfectos, 
inundando el empedrado 
con todo lo que llevo dentro. 

Noche cerrada. 
Es once de enero
de mil novecientos doce. 
Me apena tener que marcharme   
pero empiezo a quedarme dormido. 
Y lo sé,
esta vez seguro, 
no voy a despertarme. 


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