miércoles, 10 de octubre de 2012

Verdaderos Pecados







Amanece, que no es poco, 
mis labios rozando tu paz. 
Se nos abren los ojos 
buscándose sin oscuridad. 
Es el aquí y el ahora; 
por la ventana, la ciudad. 

El cielo que nos mira 
es el mismo de hace seis días. 
Se retuerce y gime, llora, 
una pataleta de última hora. 
Está irritado porque se asoma 
y no le gusta lo que ve. 
Preferiría, 
para variar, 
una humanidad más viva, 
sin números en el papel. 

Nos mantendrá con vida 
si le mostramos con convicción 
que la esperanza no está 
del todo perdida. 
Merecemos una oportunidad 
por tener alguna idea 
de donde se esconden 
el amor, 
la virtud 
y la verdad? 

Somos tres en este juego: 
tú, yo y los demás. 
Por mucho que pidamos 
hágase tu voluntad, 
no puede importar menos 
nuestra triste vanidad. 

Tenemos la posibilidad, 
también tenemos miedo. 
Pero es nuestro el deber 
concedida la posibilidad. 
Hay que asesinarse primero 
y volver a renacer. 
Sacar toda la basura, 
ordenar, 
limpiar 
y recoger. 

No se mata por casualidad 
a la escurridiza mentira: 
hay que mirarla a los ojos 
y mostrarle la realidad. 

Correr el tremendo riesgo 
de buscarse de verdad. 
Obligar al pasado 
a arrodillarse y suplicar. 
Escupir en el suelo, 
hacer en la mesa con fuerza 
la mano cerrada sonar, 
y exigir, no sin luchar, 
que sin quererlo todo 
queremos todo lo demás. 

Que fácil no hay nada 
pero nada hay que temer. 
Por mucho que oigamos rumores 
el verdadero pecado 
está en dejar de creer. 

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